sábado, 20 de octubre de 2012

Aprieta Los Dientes


Prístinos y hermosos. ¡Cuánto quisiera raspar un poco de sus blanquecinas paredes, sólo un poco de marfil celestial! Lamerlos, apreciar la hamburguesa que comiste hace unas horas. Pasar la punta de mi nariz por tus colmillos. Herirme dentro de tus fauces y manchar la pureza hipócrita de tu cara. 

Dejas de sonreír y tu saludo se vuelve rutina de nuevo. Diriges los ojos a la pantalla numeraria y no cabe otra acción que caminar hacia el ascensor. Entro apesadumbrado, ¿qué más se puede hacer? Uno dos tres cuatro. Se abre la puerta y de nuevo al averno de cubículos. A la salida nunca te encuentro. Seguro sales temprano y yo muy tarde. Debes descansar. Llegar y tomar una buena cena, tal vez una rica ensalada. Acostarte en tu sofá y ver una película. No, mejor aún, leer un libro gustoso. Cuando termines, por supuesto, una valiosa cepillada de dientes. Pásales el hilo, por favor. La puerta de la recepción y el asfalto nocturno me abrazan. A casa. 

Mañana. Tu dentadura grabada en mi cabeza. Frente al espejo mis dientes no son tan bonitos. No, no, definitivamente no lo son. Que desilusión tan terrible. Bus. Veo los dientes de vidrio de los edificios. Mi estómago se empieza a revolver mientras me acerco a la oficina. Las puertas se abren y te atisbo como a un faro en un mar siniestro. Refulges con la alegría verdadera de aquel que ve por primera vez. Mientras todos los inútiles útiles pasan corriendo a mi lado, yo me tomo el tiempo apropiado para acercarme a ti. Te aprecio tanto. ¿Quién hoy día puede despertar en las mañanas y sonreír de manera tan amorosa como tú? Dan ganas de abrir tu boca de par en par, acariciar con mis yemas tus sensibles encías, rozar los límites de tus muelas…. Tal vez tomar una con fuerza, guardarla en el bolsillo de mi camisa. Me traería infinidad de buena suerte. Me sonríes y mi corazón, todos los signos vitales de mi cuerpo, se detienen al unísono. Sólo suena el leve castañear de mis dientes. Agradecido. Extasiado. 

Buenos días. 

Sonrío de vuelta, y automáticamente tus ojos regresan a la pantalla líquida. Me giro y no queda nadie en la estancia. Durante unos segundos me pauso frente a ti. Pero no levantas más la mirada. De nuevo al ascensor. Uno dos tres cuatro. Te quedas conmigo el resto del día. 

Se me acercó una compañera de trabajo. Me preguntó si quería salir a tomarme unas cervezas con un grupo de ellos. La chica sonreía bastante. Sus dientes incisivos tenían un ligero atrofiamiento, y sus colmillos salían de su boca como si trataran de escapar de tal desorden. El color parecía un carameloso amarillo. Durante el tiempo que me dedicó, mantuve la mirada fija en su hocico; considerando su fealdad, su desaprovechamiento. Tenía una mandíbula recia y pronunciada, y un buen set de marfiles le hubieran hecho bien. Pero no. No los cuidó en su juventud y ya no había nada que hacer ahora. La mujer detuvo su discurso y la observé durante largos minutos en silencio. No me di cuenta cuando partió. Qué pérdida de tiempo. Nada como tus dientes, amada. 

Baja el ascensor e igual me entra el nerviosismo. Tal vez hoy estés para esperarme en la oscuridad, para que te acompañe hasta tu casa por la calle terrible. Para que te arrope con sábanas blancas, te bese la mejilla, abras tu boca lasciva, y me permitas sacar un par de granos de oro blanco de ella…. Hoy no estás. Otra noche será. 

Es viernes por la mañana y no la volveré a ver hasta la próxima semana. La mejor parte del día. El remolino de empleados trastorna mi visión al llegar a la recepción, combato contra ellos y me abro paso hasta el escritorio principal. Me miras. ¿Sucede algo malo? ¿Por qué tu sonrisa hoy es esquiva? Abre tus labios. ¡ÁBRELOS BIEN! ¡Abre ancho! ¡Como un río! ¡Como una cueva profunda! ¡ABRE TU MALDITA BOCA! No puede leer mi mente, pero seguro escucha el rechinar de mis colmillos. Me mira con una sonrisa de labios cerrados y de nuevo pasa la mirada a su insignificante trabajo. Me quedo de último, esperando una disculpa si quiera. Nada por parte de esa zorra. Abandono la recepción solitaria y me cruzo con un gordo desagradable en la puerta del ascensor. Ambos subimos. Uno dos…. Un ruido horrible seguido de un sacudón tremendo hacen detener la máquina. La luz se va por un par de segundos. Vuelve y los dos nos miramos. Al parecer estaremos encerrados un buen tiempo. 

Pero escuchen esto: el gordo me sonríe nerviosamente, y oh destino, tiene unos dientes preciosos. 

Aprieto los dientes, a punto de reventar. 

De un solo movimiento tomo la boca del idiota y aprieto su rostro hasta que abre las fauces. Quién lo creyera, este gordo miserable tiene la dentadura más perfecta que haya visto en la vida. 

**** 

Les tomó hora y media acceder al ascensor, mientras los siempre tardíos servicios de emergencia se alistaban y traían sus herramientas especiales. Los bomberos lograron abrir la puerta, pero el ascensor aún estaba entre pisos, por lo cual debieron bajar con arneses y cuerdas. Lo que encontraron allí fue una escena macabra. Había dos hombres. Uno de ellos, el más grueso, estaba botado de cara al suelo. Un charco de líquido rojo empapaba el compartimiento. El otro estaba sentado en una de las esquinas del aparato. Tenía cara de éxtasis y una gran sonrisa. Derramaba chorros de sangre por su boca. 

Tenía dientes de sobra. 

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